Por: Jacinto Antón, El País
Pocas experiencias hay tan impresionantes como oír el rugido de un león en la inmensa noche africana. Ese sonido que parece brotar de las entrañas mismas de la naturaleza y llenarlo todo es la quintaesencia de África. Como lo es la melena del gran depredador. Símbolo regio por excelencia, encarnación del poder, imagen de la fuerza, el león parece inmortal y eterno. Y sin embargo se encuentra en una situación de peligrosa vulnerabilidad, en el límite incluso de la extinción. "Aunque muchos lo consideren imposible, tenemos que empezar a pensar en un África sin leones muy pronto", advierte Dereck Joubert, una de las personas del mundo que mejor conoce a esos felinos. "Si no ponemos remedio inmediatamente, van a desaparecer, y rápido, en 10 o 15 años".
¿Qué amenaza al rey de la selva? "Cinco cosas: el hombre, el hombre, el hombre, el hombre y el hombre", recalca con ferocidad el naturalista. En su opinión, bastaría con 50 millones de dólares - "un precio barato"- para salvar al gran icono de África, del que apenas quedan 20.000 ejemplares, tras ver reducida su población en las últimas dos décadas en un 50 %. Hace medio siglo había 400.000. Pueden parecer muchos esos 20.000, sobre todo si piensas en los devoradores de hombres del Tsavo o de Wangingombe, o si has visto alguno muy cerca. Pero, señala Joubert, solo unos 4.000 son machos. Y, sin contar con los que masacran los furtivos, se cazan con licencia 600 de ellos al año, para trofeos, lo que provoca un declive imparable en las manadas, organizadas segun un esquema familiar.
Dereck y su mujer, Beverly Joubert, sudafricanos, llevan casi treinta años filmando leones e investigando su comportamiento en los grandes parajes del continente, sobre todo en Botsuana y Kenia. Exploradores en residencia de National Geographic, son autores de 22 filmes y diez libros, además de diversos artículos científicos y numerosos reportajes. Saben de leones. Quien firma este reportaje los ha visto desde su mismo todoterreno rastreando a los felinos en la sabana en emocionantes jornadas de garra y colmillo. Una vez, Dereck filmaba tan cerca de una cacería que se manchó de sangre; nunca ha sabido, dice, si quien pasó rozándolo mientras miraba por el objetivo ensimismado fue el búfalo o, ¡Dios santo!, el propio depredador.
Hoy no estamos en los predios del león, ni se recortan en el inacabable horizonte las manadas infinitas de sus presas. Esto es París, no hay más leones que los de bronce que adornan algunas plazas o los de los relieves asirios del Louvre. Los Joubert han dejado sus escenarios salvajes para encender desde aquí la luz roja de advertencia sobre el terrible destino de las fieras.
Beverly viste chic aunque conserva su sombrero. A Dereck se le nota más incómodo, a lo Cocodrilo Dundee en la ciudad. A su paso por el boulevard Saint Germain la gente se gira sin saber bien si se han cruzado con una versión asilvestrada de Karl Lagerfeld o con Buffalo Bill, regresado a la capital francesa con su Wild West Show más de un siglo después. La otra noche se proyectó en primicia en la Biblioteca Nacional de Francia el extraordinario filme de los Joubert Los últimos leones, acerca de una hembra, bautizada Ma di Tau ("madre de leones", en tsuana) que lucha por la supervivencia en Duba, una isla en los pantanos del Okavango, en Botsuana, como una metáfora de su especie. Es una película de enorme dramatismo, con imágenes de los leones cazando en el agua y narrada en tono épico por Jeremy Irons -paradójicamente la voz de Scar, el león malo en El rey león-. La emite mañana lunes a las 18.00 Nat Geo Wild (dial 130 de Canal +) y la siguen cada día hasta el domingo otras producciones sobre leopardos, pumas, jaguares, tigres, guepardos y la pantera nebulosa: una semana de fieras. El filme, acompañado por un libro, sirve de reclamo de la iniciativa Big Cats lanzada por los Joubert para tratar de salvar a los leones y a otros grandes felinos en peligro de extinción (incluye una campaña en Internet).
Sentados en un café, les señalo a los Jou-bert si no les parecen muy crueles algunas escenas de su película -como la del cachorro de león arrastrándose con la espalda rota o la del búfalo con el befo colgando tras un mordisco-. "La naturaleza es indiferente, no cruel", salta Beverly. "No hay maldad en la naturaleza, solo en el hombre". Para amansar a los dos naturalistas les pregunto de qué le sirve la melena al león. Apunto que el gran George B. Schaller, autor del estudio definitivo sobre los leones (The Serengeti lion, 1972, un voluminoso tomo que llevo conmigo para impresionarlos), considera que puede ser un elemento de protección. "Hay muchas teorías, defensa, temperatura", responde Dereck mesándose su propia melena. "Mi opinión es que la usan como bandera, para que los reconozcan los demás". El especialista en leones alaba a Schaller (del que Altaïr ha publicado unos relatos memorialísticos maravillosos en Un naturalista y otras bestias) y su trabajo: "Nos conocemos y nos carteamos, es un gran zoólogo, inteligente y humilde, le consultamos muchas cosas; coincide con nosotros en el declive del león, como todos los expertos". La lectura de The Serengeti lion confirma muchas de las cosas que aparecen en el filme: abundan los leones tuertos, como Silver Eye, la infanticida y acerba rival de Ma di tau. Y la mortandad de cachorros es verdaderamente espeluznante (más del 67 %).
Los Joubert subrayan que hoy existe un consenso absoluto entre los científicos sobre que los leones están cerca de la extinción. Sin embargo, recuerdan, se los puede seguir cazando legalmente en Tanzania, Zambia, Namibia, Zimbabwe y Sudáfrica. Otros países permiten la caza con restricciones y en otros no hay protección legal alguna. Son muy pocos los que han prohibido completamente cazarlos. La presión de los cazadores occidentales que pagan -y mucho- por su trofeo es tan grave, según los naturalistas, como la de los furtivos. "El león es el único felino realmente social y cuando matas a uno toda la manada se resiente", indican. "Hemos calculado que por un león cazado puedes perder veinte. Llevarte un león para colgarlo en la pared supone una tragedia colectiva. Pero no hay forma de que lo comprendan los cazadores, especialmente en los EE UU. Muchos se creen Hemingway". Hay que ver el daño que ha hecho Verdes colinas de África, apunto. "No se dan cuenta de que los tiempos han cambiado. Cazar un león cuando se están extinguiendo ya no es un deporte cool".
Dereck no entiende como muchos cazadores que afirman amar la naturaleza son capaces de matar a un león. "Es inconcebible, dicen 'qué hermoso', y le disparan, así, sin ningún remordimiento. Con una mirada que es difícil sostener si no eres un león, me reprocha como si yo esgrimiera un rifle .375 H&H y no un boli: "Hay muchos españoles en la caza mayor".
¿No está peor el tigre? "Quedan menos, efectivamente. Unos tres mil en estado salvaje. Pero desde el punto de vista de la conservación no es lo mismo perder un tigre que un león. El tigre no es social, viven de manera solitaria en territorios enormes y la muerte de uno no afecta de manera tan grave a la especie. Con muchos menos tigres puedes asegurar su pervivencia". El tigre, además, se encuentra mejor protegido legalmente. De hecho una de las iniciativas del proyecto Big Cats es lograr la equiparación de ambos. Poner al león africano en el Apéndice I de la Convencion de Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) y no en el II como está ahora . "Que se prohíba ya cazar leones, como se ha prohibido cazar tigres".
Una de las ideas iniciales de los Joubert era comprar licencias, es decir, pagar para salvar a leones condenados, pero ahora creen que la medida es insuficiente. Además de detener la caza legal, hay otros frentes. "Hay que preservar las áreas protegidas. Hace falta dinero para pagar compensaciones a las tribus que pierden su ganado en las garras de los leones y los matan por ello, pagarles la vaca muerta a precio de mercado. Y para educar a los masais y a los demás en la idea de que los leones no son una amenaza a sus intereses sino una fuente de riqueza". Otro gasto es en la protección de ganado. Dereck señala la posibilidad de colocar algún tipo de dispositivo electrónico en los leones que advierta de su presencia a las vacas. Salvar al león significa, destacan los Joubert, salvar a muchas otras especies, el ecosistema africano e incluso los parques naturales y a los propios africanos. "No olvidemos que el gran reclamo de los safaris fotográficos es los leones. Si dejara de haberlos, el turismo desaparecería. Nadie quiere ir a una reserva en África en la que no haya leones".
Siempre quedarán los leones en cautividad. "No es lo mismo. A pesar de experiencias como la de la Elsa de Nacida libre, los leones no pueden ser reintroducidos con éxito en la naturaleza". Los Joubert están contra los zoos. "Hoy hay otras formas de observar animales, como las películas, incluso en 3D". En cuanto a los circos, "son una absurda extravagancia que ridiculiza y humilla a los animales". Estos, recalcan, "no están en el mundo para entretenernos", y se los debe ver en su medio en un ambiente de "celebración y respeto".
En cambio, consideran que los gatos domésticos, tener uno, son una buena forma de aprender lo fascinantes que resultan los felinos. "Aprendes más de los leones observando a un gato que yendo al circo o al zoo. Entendiendo al gato, entiendes al león".
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