Por: Xavier Theros
En estos últimos años se ha escrito mucho sobre la supuesta afición de los barceloneses a la tauromaquia, repitiendo aquello de la metrópoli más torera del orbe; la única que ha tenido tres plazas funcionando a la vez. Aún sin ser del todo cierto, la verdad es que tanto Barcelona como el resto de Cataluña han vivido varios momentos de fiebre por el toreo a lo largo de su historia. De hecho, el primer festejo con toros documentado en la ciudad se remonta al lejano año de 1387 -durante el reinado del rey Joan I-, cuando se alancearon tres morlacos con motivo de unos festejos.
A finales del siglo XIX se produce otro estallido de afición taurina. Se inauguran las plazas de Figueras, Mataró, Caldes de Montbui y Girona. En Barcelona se abre la primera Escuela Taurina, coincidiendo con el inicio de la guerra de Cuba. Y la burguesía decide abrir coso en el moderno Ensanche. Naciendo así -en 1900- la plaza de Las Arenas, convertida actualmente en un centro comercial. Aquella era una época de flujos migratorios del sur, y los vecinos barrios de Sants y Hostafrancs rebosaban de emigrantes necesitados de diversión. Ante la avalancha de aficionados, en 1914 abría la plaza de La Monumental, situada al otro extremo de la Gran Vía. Conocida inicialmente como El Sport, fue rebautizada en 1916 con su nombre actual. A diferencia de Las Arenas -bien pronto utilizada para charlotadas, combates de boxeo y lucha libre-, La Monumental fue durante varias décadas un referente mundial para el toreo, junto a Las Ventas de Madrid y La Maestranza de Sevilla. A partir de 1927, ambas pasarían a manos del empresario Pedro Balañá, convertido de esta manera en el indiscutido patriarca taurino de la ciudad. Mientras tanto, el Torín, tras lustros de decadencia y abandono, había cerrado en 1923.Estamos en plena guerra carlista. En 1835 llega la noticia de una matanza de liberales realizada por los carlistas. Es domingo -tarde de toros-, y en las gradas no se habla de otra cosa. Ante la mansedumbre de los astados, se produce un tumultuoso motín entre los espectadores, que termina con la quema de los conventos y el incendio de la fábrica Bonaplata, en el primer caso de ludismo conocido en nuestro país. Envían al mariscal Pedro Nolasco Basa a sofocar la insurrección, pero termina linchado y su cadáver es arrastrado por las calles. A raíz de este suceso, durante 15 años no habrá toros en Barcelona. Aunque poco después de ser reabierta, en 1855 torea en el Torín Pedro Aixelà, Peroy, el primer torero catalán conocido. También será en este lugar donde tocará por primera vez en la historia una banda de música para acompañar la faena de un torero. En esa misma época se abre la plaza de Olot, que actualmente es la más antigua aún en pie; a la que acompañarán los cosos de Tortosa y Tarragona.
Con el estallido de la Guerra Civil, las dos plazas barcelonesas se convierten en improvisados escenarios para mítines políticos. Las Arenas se usará como cuartel de las milicias antifascistas, y después como almacén de vehículos de desguace. Mientras tanto, en La Monumental se organizarán diversas corridas a favor de los combatientes republicanos, en las que torearán nombres tan famosos como Pedrucho o El Niño de la Estrella. Terminado el conflicto, el 30 de agosto de 1939 las autoridades franquistas volvían a inaugurar la temporada taurina. Durante la posguerra la afición por los toros vuelve a crecer. En los años cincuenta se derriba el antiguo Torín y la Escuela Taurina de Barcelona da nombres como Mario Cabré o Joaquín Bernardó. Aparecen tertulias taurinas como las de la peña Los de Gallito y Belmonte, de la calle de Xuclà, o la peña Bernardó del bar Borrell, en el Paralelo. A escasos pasos de allí, el fotógrafo Oriol Maspons captaba a los aprendices de torero, hijos del desarraigo y la marginación proletaria, dando capotazos en las empinadas calles del Poble Sec.
Con la llegada de la Sexta Flota norteamericana y el posterior turismo del norte de Europa, las corridas se convirtieron en un espectáculo exótico para turistas. En 1956 abría la plaza de Sant Feliu de Guixols, y en 1962 la de Lloret; ambas en la Costa Brava. Sin embargo, la afición autóctona fue decayendo, hasta que en 1989 Tossa de Mar promovió la primera iniciativa antitaurina de un municipio catalán; siendo Barcelona la primera ciudad en declararse municipio antitaurino en 2004. El 17 de junio de 2007 tenía lugar en Barcelona la manifestación contraria a los toros más multitudinaria de la historia. Y en 2010, el Parlamento de Cataluña aprobaba la prohibición del espectáculo taurino. Así, este pasado fin de semana se habrán terminado 300 años de toros en la capital catalana. Muerte por decadencia o por decisión ciudadana, ahora ya da igual.
Este artículo fue publicado originalmente el 26 de Septiembre de 2011.
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